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Juan Pablo Marturano, el escultor argentino del infinito cielo que rodea la montaña

Marturano es el único escultor argentino que participa en la Bienal Internacional de Escultura del Chaco que convoca a grandes escultores del mundo, con esa impronta que combina sus dos pasiones, el montañismo y la talla en piedra.

“Esculpo el cielo que rodea las montañas”, reflexiona Juan Pablo Marturano, el único escultor argentino que participa en la Bienal Internacional de Escultura del Chaco que convoca a grandes escultores del mundo, con esa impronta que combina sus dos pasiones, el montañismo y la talla en piedra, una síntesis influida por su formación en Carrara y Japón, una mixtura que lo lleva a tallar, en el último tiempo, geografías montañosas, símbolos, ofrendas y silencios visuales ante la inmensidad.

Formado en la Escuela Prilidiano Pueyrredón como escultor, Juan Pablo Marturano (Buenos Aires, 1975) se formó en la talla de mármol en la Accademia di Belle Arti di Carrara, Italia y luego viaja a Japón para tallar en granito con la Beca Monbukagakusho completando en 2010 una Maestría en Escultura en Kanazawa College of Art. Y luego de su ascenso al monte Fuji y Aconcagua comienza una serie de obras relacionadas con estás montañas, algo que completa en lo académico en 2013, con el doctorado en artes otorgado por la Tama Art University de Tokio y su tesis titulada “La Montan?a en las Artes: La representacio?n de las montan?as y la escultura en piedra como ofrenda”.

Marturano participa en distintos salones obteniendo distintos premios, entre ellos los del Salón Nacional y en Japón, transita con su obra en diferentes ferias, simposios internacionales y nacionales de escultura, además de variadas exposiciones, y también comparte su tiempo con la práctica docente.

Algunos de estos trazos recorridos se inscriben en la obra con la que participa de la competencia en la Bienal de Chaco, y es un proyecto que homenajea al Cerro Mercedario de San Juan con ese mármol travertino propio de la provincia cordillerana, dice el artista en diálogo con Télam.

Para el artista, “escalar una montaña es tratar de alcanzar el punto más alto cerca del cielo” sin dejar de estar apoyado en la tierra, desde donde contemplar una cima en la que “solo hay cielo”, tal como escribe: “Me siento extremadamente conmovido por la sensación de un vacío infinito del cielo”, algo que recrea en sus tallas, actualizándolo con su nueva obra “Más allá de las nubes” para la Bienal y la ciudad de Resistencia.

“Desde hace algunos años que combino esto del montañismo, la piedra y la escultura, que fueron los tres ejes de mi investigación doctoral en Japón”, explica. Pero como el montañismo era una actividad paralela, en Oriente descubrió “que la representación tridimensional del paisaje existe en Japón desde hace mucho tiempo, en Asia en general, antes que la figuración”, cuenta. En cambio en occidente fue posterior, “antes éramos más figurativos”, lo cual lo llevó a “encontrar distintas expresiones que tenían que ver con la representación de montañas”, dato que le interesó y propició la combinación de ambas pasiones.

/ Foto Pablo Caprarulo

Sus distintos proyectos académicos se relacionaban con su “experiencia personal con la montaña”. Entre ellas estaba el de llevar una ofrenda hasta la cumbre, dejarla y tener un testimonio, “una práctica que muchos andinistas practicamos, y al mismo tiempo, representa esa montaña que tiene un valor simbólico personal para uno”, expresa.

Pero, sobre su obra, advierte “en realidad no estoy representando a la montaña, sino el cielo que la rodea”, porque la talla consiste en ir sacando material, que lo diferencia de las técnicas aditivas que agregan como con la arcilla y permiten modelarlo: “De alguna manera uno va a creando un espacio, saca materia y crea un espacio, es como una analogía de ese cielo, entonces no es la montaña sino el cielo que la rodea”, algo que se homologa a esa experiencia “al llegar a una alta cumbre”.

En ese sentido explica que “cuando al llegar a una cumbre estás rodeado de cielo, es un poco una metáfora”, dado que ya no se trata de “una conquista del territorio, la naturaleza, ni una hazaña deportiva”, sino que es vivida “como una interacción”, lo que le otorga ese carácter simbólico expresado como metáfora: “La montaña representa un puente entre el cielo y la tierra”, afirma.

“Es algo bastante personal que combina mis sentimientos de trabajar con un material en el arte y a la vez cierto sentimiento del montañista que se aleja del confort, la comodidad de lo urbano, y empieza a cuidar lo más simple, lo mínimo indispensable, la alimentación, calor, hidratación. Se vuelve todo a la mínima esencia, y de alguna manera lo asocio a la mínima existencia representada en una piedra”, aclara.

¿Por qué la ofrenda? “La ofrenda surge desde la práctica que hacemos muchos montañistas, es simbólica, en agradecimiento a la montaña por permitirnos llegar a la cumbre. No es una conquista de imposición, sino que en realidad quien tiene la última palabra es la naturaleza. Nuestras fuerzas al lado de las fuerzas de la naturaleza son nulas”.

En las muchas de las cumbres de los Andes, relata, se encuentra con un “montón de ofrendas”, algo similar a lo que vio en su estancia en Japón, con la diferencia que allí están o permanecen las creencias de veneración hacia las montañas. “Ahí las montañas son sagradas, lugares donde habitan divinidades”, por eso “es común encontrarlas, desde los Tori hasta de distintos tipos”. Algo que toma y asocia con las apachetas o en el ámbito deportivo “al encontrar una cruz, un santo o una virgencita y las ofrendas simbólicas de montañistas, ya no de carácter religioso sino simbólico, de agradecimiento hacia la montaña, hacia la naturaleza”.

Por ello conjuga el proyecto artístico con esta tradición: “llevo una ofrenda, una escultura que primero fue piedra y después escultura y después ofrenda, y en última instancia al dejarla se convierte en parte de la montaña y vuelve a ser piedra, como en un ciclo”, comenta sobre uno de sus proyectos.

De algún modo se emparenta con ese recuerdo que se recoge como testimonio de haber estado en un lugar, pero en su caso se lleva una “piedrita que se vuelve parte de mi obra porque la tomo como forma o modelo para incorporar algún dibujo o una escultura”. Y agrega: “Hay un ciclo de colaboración con la montaña, es un ritual muy personal”.

En sus obras de paisajes montañosos, volviendo a ese cielo sin aparente materia, suele dejar una especie de “marquito que delimita el bloque de piedra” desde el que se “puede imaginar lo que tallo, que tiene que ver con el tiempo de trabajo y con la piedra que se sacrificó, se convirtió en escombros, para dar lugar a un cielo. Me gusta esa idea”, indica sobre ese espacio que no es montaña en sus imágenes. Paisajes que comenzó a “picar” desde sus residencias orientales. Previo a ello, su trabajo más figurativo o más abstracto estaba inspirado en tótems y menhires, “ejemplo de la espiritualidad primigenia del ser humano”, dice.

Con su llegada a Japón con un proyecto para trabajar en granito, una piedra más dura que el mármol, y al ahondar en la cultura japonesa, encuentra “expresiones como el Suiseki que es una práctica artesanal”, que busca piedras que se parecen a las montañas y no se las trabaja prácticamente, aunque siguen siendo una representación tridimensional del paisaje”, que despertó su interés.

Sobre su estancia y la obligación de aprender japonés dice: “Una locura, era absurdo, mi proyecto era picar granito en Japón como ese trabajo de presos en Sierra Chica que picaban piedra, y para hacer eso tenía que aprender un nivel altísimo de japonés, pero eso me permitió también acceder a la idiosincrasia japonesa. El idioma japonés es muy visual, es empezar a entender hasta un libro o una película porque no hay introducción, desarrollo y desenlace, es otra lógica y en el idioma eso se nota”.

Y la elección de representar el cerro Mercedario con sus más de 6.720 metros, el más alto de San Juan y a solo 80 kilómetros del Aconcagua (que es el más alto de América con 6.962 metros), explica, es una continuación de sus proyectos. En el Mercedario pudo hacer cumbre recién en el cuarto intento de ascenso, un cerro más agreste, menos frecuentado por los escaladores que se detienen en el Aconcagua, el más alto de América. Esta falta de elección, “la hace más aislada, solitaria, pero al mismo tiempo hay más fauna y se vuelve una naturaleza mucho más pura”, a diferencia del Aconcagua donde tenés en campo base a 4.300 metros, Internet, pizza, duchas, algo similar a lo que sucede en el Himalaya”, explica. Y claro, esto se relaciona con el material utilizado en la competencia de esculturas es el mármol travertino sanjuanino.

Ese componente “probablemente haya tenido que ver en algún rincón del inconsciente con por qué elegí esta montaña en particular. Hay un doble sentimiento -señala-. Cada piedra tiene una historia, una geológica y otra que no conocemos, el de las canteras y todas las personas que han trabajado en la extracción, acarreo. Al estar en Carrara y visitar canteras me he enterado de lo duro que ha sido durante siglos el trabajo que se asemeja más a la minería que al trabajo artístico y eso queda impregnado en la piedra”. Y continúa: “Asocio la tierra y la roca con la montaña, lo geográfico con un lugar en nuestra tierra, con el paisaje, que es una interpretación de valor simbólico, algo que tiene una connotación en esta piedra en particular”.